Son casi las nueve, pero el calor nos derrite en esta tarde de Mayo. Desde la terraza del café, la avenida Gameat El-Dowal parece relajarse este sábado del tumulto que la agita todo los días. Aunque hablamos muchas veces por internet, es la primera vez que conozco a Carolina en persona. Y no deja de sorprenderme la combinación de su acento rosarino con el velo carmín que recubre su cabeza.
– ¿Cómo fue que te acercaste al Islam?
Yo me encontraba decepcionada de la falta de valores en las relaciones amorosas en Argentina; todos me decían que para mantener una relación hay que soportar los ‘cuernos’, pero yo no quería aceptar cosas que me parecían inaceptables.
Por el lado profesional, tampoco me sentía valorizada como abogada. Estaba deprimida y quería encontrar algo que llenara ese vacío. Una amiga me decía “Carolina, vos no sos para Rosario” –pero nunca se imaginó que yo era para Egipto.
Un día, mirando la televisión, vi una noticia sobre el conflicto palestino-israelí, como tantas otras veces, y me empecé a preguntar por qué se peleaban.
Hasta ese momento pensaba, como la gran mayoría en Occidente, que los israelitas son ‘gente como uno’, y que al musulmán está bien matarlo, acribillarlo, exterminarlo, porque son terroristas. No lo decimos, pero en algún punto, por falta de conocimiento, lo toleramos.
Un estruendo interrumpe nuestra charla. Hacemos un silencio y miramos a ambos lados, hacia lo alto. Probablemente se trate de un fuego artificial para festejar alguna boda de fin de semana, pero dadas las últimas bombas que estallaron en la ciudad, se nos enciende inevitablemente una alarma en la oreja. Carolina sigue.
En tanta búsqueda, una cosa me llevó a la otra, y llegué al profeta Mohammad. Lo primero que encontré, por supuesto, es “el profeta pedófilo que se casó con una niña de 9 años”. Pero después aprendí, con estudios comprobados, que en realidad se casó con ella cuando ya tenía 17 o 18 años.
Paralelamente, jugando al pool por internet me hice amiga de un egipcio. Entonces empecé a volverlo loco con preguntas. Yo tenía muchos preconceptos; tenía la idea de que la mujer acá iba caminando con la cabeza gacha detrás del hombre, tapada de pies a cabeza, y no tenía permitido trabajar ni pensar; pensaba que era un cero a la izquierda. Pero este amigo me fue contando y ayudando a organizar mi estudio.
Hasta que un día me animé y me acerqué a una mezquita. Llamé por teléfono pensando “Estos árabes van a tener mala onda”, pero me lleve la sorpresa de que el sheij me invitó apenas terminara el Ramadán. Yo en ese momento quería curiosear, ver cómo me sentía, sacarme las dudas. Mi miedo principal era muy mundano: que el velo me quitara el glamour. Además, convertirme implicaba quedarme soltera para toda la vida.¿Dónde iba a encontrar un musulmán en Rosario?
– ¿Pero cuál era la razón que te llevaba a pensar en convertirte?
Yo era católica, pero como somos los católicos: nos acordamos de Dios cuando necesitamos trabajo, cuando estamos enfermos, o cuando necesitamos algo. Yo buscaba algo más, y sentí que me empezaron a llegar señales: La noticia, mi pasión desde pequeña por la egiptología, el amigo que conocí por internet. Y me dejé llevar.
– ¿Y qué encontraste en el Islam?
El Islam te permite la pregunta. Con el cristianismo me pasaba que lo tenía vinculado con el atraso. Cuando era chica, preguntaba en catequesis ¿Cómo es que Cristo murió para salvar del pecado al mundo, si la gente sigue pecando? Y mi catequista respondió: “¿No tenés fe? ¿Querés tocar la llaga de Cristo?” Y yo era una nena de 9 años, me imaginé que me iban a hacer tocar una llaga y pensé “¡Qué asco!”. Y no pregunté más.
Además, el cristianismo no avala el avance de la ciencia, como los anticonceptivos, mientras que el Islam lo permite.
– Sin embargo, hay una visión generalizada de que el Islam es más retrógrado (por el hecho de inculcar a la mujer el cubrirse la cabeza como en los tiempos del profeta, o por mantener la práctica de la dote).
No. Al margen del velo, la dote, o la poligamia, todo tiene una lógica, que es lo que no encuentro en el cristianismo. De hecho, los cristianos acá comparten muchas de estas tradiciones.
Las grandes prohibiciones de las religiones monoteístas son las mismas. Pero el Islam te permite la duda razonable, y tiene explicaciones lógicas y veracidad científica.
– Si es tan lógico, ¿Por qué impone tantas normas para la vida cotidiana?
Yo al Islam lo entiendo como sistema. Toda religión es control social, y por eso tiene reglas. Y las reglas, ya sean laicas o divinas, son generales.Entonces si Dios dispuso que una cosa está prohibida, es porque te hace mal.
De todas maneras, acá prima lo cultural, no lo religioso. Vemos a los hombres muy reprimidos sexualmente por una cuestión cultural, y a la vez tan expuestos a todo el material sexual que viene desde Occidente, que explota en episodios de acoso. Pero es una cuestión cultural.
– ¿Qué fue lo que más te costó de convertirte?
En aquel año y medio entre el estudio y la conversión lo mastiqué tanto, que no me costó; lo sentí como algo natural. Yo ya había adoptado esos hábitos de vida, sólo me faltaba hacer los cinco rezos por día.
– ¿Y qué te dijo tu familia?
Mi hermana pensó que estaba loca. Pero por venir a vivir a Egipto, no por convertirme.
– ¿Cambiaron mucho tus hábitos?
Sí. Nada de alcohol, nada de sexo, incluso cambió mi relación con mis padres, porque el Islam me fue organizando los ‘patitos’ en mi cabeza. Antes, me la pasaba constantemente en la psicóloga, no podía vivir sin ella.
Una vez que empiezo a estudiar el Islam, según estos cánones, estas normas,me empiezo a organizar y a hacer un mea culpa. Y fui tomando riesgos para corregir cosas de mi vida, como convertirme al Islam, cambiar de trabajo, y hacerme responsable de mi vida. Hasta ese momento, con 27 años, aún pretendía que mis padres me pagaran todo. Pero organicé mis cosas, eliminé la tarjeta de crédito porque el interés es usura y la usura es harám (pecado), y entonces mi relación con ellos cambió.
Y me fue yendo mejor. Pero fue un proceso. Antes de convertirme, me alejé de la mezquita por tres semanas, pensando y arrepintiéndome de todo lo que había hecho. Lloré y llore. Hasta que volví y tomé la decisión. Un mes después, me llamaron de dos estudios jurídicos muy buenos.
– La primera vez que te pusiste el velo, ¿Qué sentiste?
La primera vez que me mire al espejo dije “wow, que sexy”. No me parece retrógrado, me parece más sensual este misterio de no mostrar todo.La idea es guardar la belleza para tu marido, lo que me parece un concepto sexy y romántico. Antes me arreglaba para que me mirara el chico que me gustaba. Pero sucedía que me miraban todos, menos el que yo quería. Yo ahora quiero que me mire el chico que yo elijo.
En Argentina intenté usarlo, pero sentí que andaba por la vida con un pantalón roto. Entonces me vine a este país, en donde el velo no es un pantalón roto y puedo ser ‘normal’. De hecho, cuando llegué acá me dí cuenta de que se lo puede usar sin perder el glamour. Y pensé: “estoy en mi salsa”.
Mientras me cuenta, intento imaginar cómo luce su cabello debajo del velo rojo que lleva puesto, en perfecta combinación con sus labios. La imagino caminando por Rosario, o trabajando en los Tribunales de Justicia, pero más abajo se han ya despertado las bocinas de la avenida Gameat El-Dowal y, una vez mas, es difìcil abstraer la mente de esta carroza delirante que es El Cairo.
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