Si cada ciudad tiene personalidad propia, la de Paris es, definitivamente, la de una mujer. Altiva, desenfadada, pero sobretodo sexy, Paris es una dama exigente que requiere un cortejo delicado y oportuno. Como a toda mujer, hay que conquistarla, saborear cada comisura de su cuerpo, jugar con la mirada, dejarse seducir. Admirar sus imponentes bellezas desde lo alto, pero también acercarse a indagar en los rincones profundos y olvidados.
Me dí cuenta mientras subía las escaleras exteriores del museo George Pompidou, a medida que su silueta curvilínea y delicada comenzaba a asomarse por la ventana. Un tenue resplandor difuminaba los contornos a la distancia, y dos nubes pesadas se arrastraban sobre los tejados azules. Hacia el este se alzaba Montmartre, más blanco que nunca, bajo un halo de luz diáfana que lo resguardaba de la tarde gris. Era un panorama denso, imponente, extremamente sugerente. Era exactamente la sensación que se tiene ante una dama ofendida.
El barrio Latino custodia los secretos de su pasado con gran celo, sólo dispuesto a revelarlos a quien se adentre por horas a recorrer los mercados y negocios de la rue Mouffetard, a quien pruebe mil y un baguettes hasta elegir su preferido.
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