Llegar al Cairo significó, por primera vez, traer a la consciencia y a la reflexión mi condición de mujer. Hasta este momento, nunca lo percibí como una diferencia significativa. Lo sentí apenas salí a la calle y me enfrenté al acoso de los hombres, lo sentí cada vez que me recomendaban caminar por las calles siempre acompañada, cada vez que subía al metro en vagones femeninos, y también en la playa, cuando me inhibió bañarme en bikini porque todas las mujeres se encontraban cubiertas de pies a cabeza.
La controversia que creó en Europa la decisión de algunos países como Francia de prohibir el uso del burka había ya despertado mi curiosidad por saber qué prefiere en realidad una mujer musulmana. Por eso, la cuestión del velo, o hijab se convirtió era la primera pregunta que le hacía a todo nuevo amigo o amiga que conocía. Sin embargo, definir la postura de la mujer árabe con respecto al velo se me hizo imposible, en tanto las respuestas eran tan variadas como lo son los seres humanos en cualquier ciudad del mundo. Es que, como dice el refrán, para gustos están los colores.
Amira tiene 26 años, y es pedagoga infantil. Nos presentó su novio, Mohammed una noche en la que fuimos a tomar té al bar de la Opera. No usa hijab, pero cubre su cabeza con un pañuelo cuando sale a la calle para evitar el acoso de los hombres. ¿Pero entonces no queda prácticamente otra opción que usarlo, aunque no sea por convicción religiosa?, le pregunto. Un rotundo y resignado sí nos deja en silencio por un buen rato.
“Es que todo es considerado ‘harám’ (pecado). Y es frustrante ver cómo viven la situación algunas de mis amigas, que reprimen cualquier demostración de afecto para evitar generar reacciones pecaminosas en los hombres. Una de mis mejores amigas me confesó, con lágrimas en los ojos, que sentía haber pecado por haber abrazado a su novio, ya que esto podría incitar pensamientos impropios en él”, dice.
“La presión y la fuerza de la culpa en el hombre es tan fuerte, que se exterioriza en forma exagerada y se descarga sobre la mujer. Muchas veces incluso se justifica al acosador con argumentos que recurren al carácter pecaminoso de la mujer, su vestimenta, su vocabulario, o el hecho de haber mirado a otro hombre de manera provocadora”. Mientras me habla, Amira sostiene fuertemente la mano de Mohammed. “Hay muchas cosas que hacemos, sabiendo que la religión extrema las considera pecaminosas, como escuchar música, o tomarnos de la mano, como ahora. De una forma o de otra te sentís siempre perseguido, sentís que todo lo que hacés está mal”.
Nesma trabaja en un call center, tiene 24 años, y lleva puesto el hijab. La conocí a través de un amigo, y en ese mismo instante se ofreció a organizar un plan de visita de las mezquitas que me llevaría a conocer. Un encanto de mujer, vital y generosa como pocas. Mientras recorríamos las mezquitas, nos sentamos a hablar de su visión del Islam y me contó cómo fue que empezó a usar el velo. “Mi mamá no lo usa, y el día que decidí ponérmelo se enojó tanto que no me dirigió la palabra por mucho tiempo”, dice. Pero en la escuela se sentía juzgada por sus maestras y discriminada por sus compañeras, y entonces comenzó a usarlo. Y lo que al inicio no era nada menos que presión social, fue poco a poco convirtiéndose en convicción. “Hoy lo uso por una cuestión religiosa, siento que como mujer tengo el deber de no mostrar mi belleza a cualquier hombre. En cierta forma, me hace sentir protegida”, dice.
Distinto es el caso de Amira, a quien conocí en la playa en Dahab, en la península del Sinaí. Llevaba una sensual malla negra y el pelo castaño al viento. Es periodista, y a sus 23 años es editora de una revista juvenil del Cairo. Supuse que, no llevando un velo ni cubriendo sus piernas, sería contraria al velo. Pero la perspectiva es completamente diferente. “Siento que aún no estoy lista para hacerlo, que no he madurado suficientemente a nivel religioso para usarlo”.
En realidad, entendí que más que una cuestión religiosa se trata de una cuestión cultural, en la que entran en juego mecanismos vinculados a la presión social, la necesidad de pertenencia, e incluso la clase social. Mi amigo Ahmed, ante de mi insistencia en comprender el porqué, me dio una repuesta que me dejó pensando por mucho tiempo: “Comprender una cultura significa también aceptar que no hay una sola forma de hacer las cosas; que otras formas también funcionan”. Ahmed señaló un punto muy claro: ¿No es un poco prepotente querer imponer nuestros parámetros y nuestros valores occidentales?
Como dijo mi amiga trotamundos Bárbara, quien vivió durante 6 meses en Marruecos, quizá el darle tanta importancia a esta prenda a través de prohibiciones conlleve más discriminación que el uso o no de la misma para una mujer. “Probablemente, si cubrirse el pelo fuera propio de una nueva moda, no pasaría nada. Porque somos laicos y la moda es laica. El problema es cuando el velo tiene connotaciones religiosas”.
*Este post fue publicado originalmente en Noviembre de 2012. Tres años más tarde, realicé un reportage en inglés titulado ¿Se están quitando el velo las mujeres egipcias?, en el que la trama social, política y religiosa que rodea la cuestión del velo se hace evidente.
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