Es la última semana del año. Estoy sentada en un escritorio chiquitito y desordenado, al lado del estudio fotográfico de la revista donde trabajo, frente al Nilo legendario. Frente a mí, Mohammed Sallam, el primer y único egipcio pre-seleccionado para poblar Marte con la misión Mars One, escucha mis preguntas y responde a esta entrevista informal y espontánea. De repente, mi corazón empieza a latir más fuerte y mi mente corre a mil kilómetros por hora intentando aferrarme a sus fugaces palabras.
“No se trata de convertirse en Marciano. Marte es donde están los desafíos, donde está el futuro. Los descubrimientos más actuales indican la presencia de agua líquida allí desde hace mil millones de años, es decir, un período 5 veces más largo del que se necesitó en en la Tierra para que se desarrollaran formas de vida. Entonces, si nuestra teoría es correcta (según la cual dadas ciertas condiciones químicas, se desarrollan formas de vida), entonces la vida en Marte habría aparecido hace millones de años, y nuestra misión sería la de encontrar fósiles para entender qué pasó. Incluso se han descubierto otros líquidos que podrían indicar que hay vida en Marte ahora mismo. Quizá no como la conocemos. La vida que conocemos en el planeta Tierra, toda, tiene la misma forma, basada en la estructura de ADN. ¿Pero es la única forma posible? ¿Hay otras formas de vida? Si no la encontramos, también podríamos descubrir que estamos solos en el universo”.
Mohammed no está hablando del espacio, de la NASA, o de la tierra: está hablando del significado de la vida, de nuestra existencia misma, de la creación, y de nuestra presencia en el universo. Está hablando de preguntas transcendentales que la humanidad se hace desde hace siglos. Y mientras lo escucho, no dejo de pensar.
El 27 de enero se cumplirán tres años desde que me mudé a El Cairo y voy sintiendo que es tiempo de apuntar la brújula hacia otros nortes, de armar mi valija y partir otra vez. Me reverberan también las preguntas que me hacen muchos: que si alguna vez pienso parar, que si no voy a echar raíces, que si no quiero formar una familia… ¿Cómo las voy a responder si no sé dónde quiero estar?
Mohammed es uno de los 15 egipcios que estamos entrevistando en una serie de fin de año imbuída de historias inspiradoras, desde una joven que fundó una ONG para cambiar la educación de los niños, o la única mujer corredora de rally del país, hasta un joven de 21 años que recorrió la totalidad del país de los faraones en bicicleta.
“Yo soy un tipo normal. No tengo ningún tipo de bagaje técnico, y no soy científico ni ingeniero, pero sé lo que quiero y tomé pasos para cumplirlo,” dice Mohammed. “Encontré mi oportunidad recién a los 30 años, sólo por las inmensas ganas que tenía de hacer esto, de seguir mi corazón y hacer lo que quise durante la mayor parte de mi vida. Y aunque sólo tengo 76% de probabilidades de quedar seleccionado en la última ronda para partir a Marte, sé que este porcentaje también se aplica a cada uno de los otros 100 que han sido pre-seleccionados conmigo.”
De repente, sus palabras resuenan especialmente en mí. “Es que cuando haces las cosas siguiendo tu corazón, se empiezan a abrir puertas,” dice. En ese instante, todas mis dudas desaparecen y se me hace una sonrisa enorme en la cara. Mi corazón late más fuerte. Estoy disfrutando tanto de este momento, de esta entrevista en un despacho diminuto y atestado de bártulos, estoy tan feliz de escuchar esta historia, de llenarme los ojos y la mente de mundos diferentes a cada día, que ya no tengo dudas: estoy donde tengo que estar.
Este año, escuché las historias de refugiados sirios después de haber tomado los barcos del tráfico a través del Mediterráneo; conocí a una leyenda urbana de las empobrecidas calles de El Cairo; entrevisté a emprendedores que reinventan realidades con el simple impulso de ayudar, y a mujeres que desafían los esquemas de una sociedad patriarcal. Y pude sentarme, charlar, y abrazar fuerte a la familia viajera que he admirado por tantos años: los Zapp.
Y en el medio, combinando mis viajes con trabajo, pude conocer Palestina, Jordania, Kenia, y volver a visitar mi amada Roma.
Estoy haciendo lo que amo. Y no sé a dónde voy a ir después, pero tengo la tibia certeza de que así como muchas puertas ya se abrieron, otras se abrirán. Porque mi norte en esta brújula es, en realidad, una enorme pasión que llevo adentro.
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