Enero, 2018. Llueve en el Cairo, como sólo sucede una o dos veces al año, y el hummus en la mesa frente al Nilo destila los sabores del Líbano. La lluvia se cuela entre el techo improvisado de lona, salpicando el teclado que vengo frenéticamente golpeando desde hace un rato. Tengo una ráfaga de energía, me siento agradecida, con el corazón que me palpita de entusiasmo y la piel que se eriza. Cada día surgen nuevas colaboraciones para mi proyecto, y todos los días tengo una catarata de entidades para agregar a mi lista de colaboradores. Nunca imagine que tanta gente estaría dispuesta a colaborar por una causa. Nunca pensé que seria tan fácil pedir ayuda.
Mi proyecto, Startups Without Borders, empezó como un sueño – o en realidad, como un darme cuenta. Fue un darme cuenta, en cada una de las cientos de entrevistas a emprendedores del Medio Oriente, del talento y la resiliencia que conviven por estas tierras. Empezó como un sueño por cambiar el mundo, por hacer que la gente vea al otro con otros ojos, por tender puentes entre un Norte y un Sur que desborda de hambre y sangra las heridas de una colonización que no termina. Un Sur que llora lagrimas saladas, que se ahoga en el desbordarse de balsas atestadas, y que se enfrenta sin miedo a una muerte segura, a menos que llegue la condenada balsa.
Es un sueño utópico, lo se. Pero solo haber dado el primer paso me abrió los ojos. Nada es imposible, sólo hay que dar el primer paso. Hace unos instantes termine de chatear con un emprendedor sirio en Holanda que me propuso colaborar para conectar refugiados en el Medio Oriente con co-fundadores en Europa para obtener una visa tecnológica. Solo un ratito antes, una inversora Egipcia me decía por WhatsApp que esta inaugurando una plataforma que ofrece mentores en linea, super entusiasmada en ofrecerla también a refugiados y emprendedores inmigrantes. Esta noche tengo una videoconferencia con una incubadora para emprendedores refugiados en Dinamarca, y solo hace dos días, Forbes lanzo su lista de 30 under 30, incluyendo a varios emprendedores que son inmigrantes o refugiados. Este es el momento perfecto. Esto va a ser grande.
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Han pasado tres días, y estoy llorando. De alegría y de tristeza a la vez. Me acaba de escribir un chico respondiendo a un aviso que puse en la pagina buscando voluntarios. Tiene 19 años, es de Aleppo, la ciudad mas castigada y descuartizada por la guerra, y vive en República Checa, gracias a una beca por la que estudia. Es diseñador gráfico, sabe de fotografía, y tiene 5 años de experiencia en voluntariado en su siria natal. Él, que escapó de la guerra, está buscando oportunidades de voluntariado – oportunidades de ayudar. Me escribe en árabe, y le pregunto si habla inglés. “Oh, perdone Miss.” Me responde. “claro, hablemos inglés”. Me pide perdón! Él, que es capaz de hablar los dos idiomas, me pide perdón a mi, que vivo en tierra árabe sin hablar su lengua.
Sami, el emprendedor sirio que me esta ayudando con la empresa, me dice que hay una voluntaria que me escribió y no recibió respuesta. Entonces me doy cuenta: la cuenta de email esta dividida, y aún no abrí el correo. Cuando lo abro, se despliega una catarata de emails de voluntarios ofreciendo su ayuda. Profesionales de relaciones publicas egipcios, ingenieros sirios en Alemania, Palestinos e iraquíes (Iraquíes!!!) se acercaron hasta mi correo para ofrecer su ayuda. “quiero ser parte de su movimiento”, ponen. No puedo parar de llorar. Jamás me imaginé que tanta gente estaría dispuesta a ayudar. Jamás imaginé que ellos, los mismos sirios que tuvieron que escapar de la guerra serían los primeros en presentarse para llevar esto adelante. Que triste y qué hermoso a la vez que es el mundo.
2 de Febrero. Son las 4.00 de la tarde y acaba de terminar nuestro primer evento, Startup Siria, en el corazón de El Cairo, en un co-working space que un emprendedor egipcio nos cedió para poder hacerlo. Nos reunimos a las 7.30 con los voluntarios, que se presentaron de punta en blanco, con sus camisas, sus trajes y sus volados. Son increíblemente generosos. Y ahora, sentada en el taxi, de nuevo no puedo detener las lágrimas por la gratitud de haber recibido a algunos de los inversores y negociantes más influyentes del Cairo, y ver la pasión con la que entregaron su viernes – para los musulmanes son días de familia y descanso – por esta causa, tan nuestra y tan humana. Quizá también sean las lágrimas que contuve escuchando la historia de Souad, una emprendedora con voz de niña y alma de madre, cuyo marido desapareció al hundirse la barca en la que cruzaba el Mediterráneo hacia Italia. “La guerra nos cambió a nosotras, las mujeres sirias. Antes, aunque estudiábamos ingeniería o medicina, el lugar de la mujer estaba en la casa. Pero la guerra nos obligó a salir de ese refugio en el que nos quedábamos, para capacitarnos y entrenarnos”, me dice en la entrevista, mientras cuenta los viajes a Jordania y Turquía que hace frecuentemente para dar charlas y capacitaciones en las universidades.
Mi amigo Khaled, que trabaja en la ONG que nos ayuda a encontrar y convocar a los refugiados para trabajar con ellos, me manda un mensaje por Whatsapp que resume nuestro primer evento en dos palabras. “Es la pasión y la compasión que se respiraban en la sala”, dice. Y yo aún no lo puedo creer.
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