Si no te gusta, ¿Por qué te mudaste a Egipto?

Si no te gusta, ¿Por qué te mudaste a Egipto?

No, no es que me guste. Responder esta pregunta es casi imposible cada vez que vuelvo a mi tierra. Aún más difícil explicarlo en esos días en los que quisiera simplemente hacer la valija y escapar del tumulto de esta ciudad agobiante. Quizá porque vivir en Medio Oriente es hacer cada cosa de manera diferente.

Es levantarte a las tres de la mañana de un sobresalto, sea por el llamado de la mezquita, por la bocina ensordecedora de algún automovilista cairota, o simplemente por el mensaje de algún amigo egipcio; porque si Cairo es la ciudad que no duerme, son los cairotas que no la dejan dormir. (De hecho, estoy escribiendo este post a las 5 am).

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Es salir a la calle en estado de alerta constante: si no es el hombre que te lacera los hombros con la mirada, es la marea de taxis que se detiene a tu lado e insiste en recordarte con su bocina que “es taxi” y que te puede llevar a donde quieras; o los revoltijos de basura, escombros y baches en la vereda que convierten una simple caminata en una carrera de obstáculos (y no hablemos de tacos).

 Es cruzar las calles como si estuvieras jugando frenéticamente al tetris; y entender que, a veces, en vez de encapricharse con nuestras propias formas, es mejor dejarse llevar por la corriente.Es tomar un taxi y que irrumpa un extraño en el asiento delantero como quien no quiere la cosa, y comparta destino sin preguntarte.

Es acostumbrarse a comer a veces con las manos, a comprar el ticket sin que nadie haga fila, y a escuchar la recitación del Corán en el taxi, en el supermercado, o en el minibus.

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Es llenarse las manos de tierra, aun 5 minutos despues de haber limpiado la mesa y ver como, irremediables y burlonas, se posan de nuevo las partículas ubicuas de polvo desértico.

Es tratar a la gente de manera diferente; ir a comprar al mercado y que, al no tener dinero suficiente, te ofrezcan fiado sin que lo pidas. O toparte con una fiesta de cumpleaños o de bodas, y que te inviten a unirte al festejo.

Es sorprenderse al entrar en la oficina e interrumpir la plegaria de aquella colega cubierta de pies a cabeza, arrodillada sobre su alfombra.

Es descubrir que no hay una sola forma de hacer las cosas; que otras formas también funcionan, y que si existen debe haber una razón. Es entender, a través de miradas, la geopolítica en escala microscópica.

Vivir en Medio Oriente te empuja a hacerte preguntas fundamentales que la inercia de la vida y la oda occidental al consumismo simplemente no te permiten hacerte.

No, no es que me guste. Es que me encanta. 

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Hace un tiempo, un día de tormenta inusual me llevó a escribirle estas líneas a El Cairo:

Sos como un imán, una fuerza abrumadora que no deja de atraerme, una mujer histérica que me vuelve loca pero que, al mismo tiempo, llena mi alma. Cairo, es tan difícil describirte. Te amo, te odio, te aborrezco y te vuelvo a querer.

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